Sobra un ataúd by Burton Hare

Sobra un ataúd by Burton Hare

autor:Burton Hare
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
publicado: 1976-01-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

Resultó que se alojaba en un pequeño motel compuesto por rústicas cabañas confortables. Entramos y ella corrió al dormitorio para colocarse otras ropas encima. La seguí y antes de que pudiera cerrar la puerta, coloqué el pie y se lo impedí.

—Toma un buen baño y te sentirás mejor —dije—. No tengo ninguna prisa.

Me miró echando chispas. Se recobraba poco a poco y algo del genio de su hermana debía tener, cuando después de todo lo vivido por mí esa noche y otras muchas noches, aún consiguió desconcertarme con su mirada.

—Váyase —dijo—. No quiero volver a verlo en mi vida.

—Quiero hablar un poco contigo.

—No tenemos nada de qué hablar. Ha matado usted a tres hombres… dejó que me llevaran de aquel modo, sin mover un dedo para impedirlo… y lo que… lo que hizo con el herido…

Dio un empujón y cerró la puerta.

Encendí un cigarrillo y di un vistazo por la cabaña. Hubiera sido demasiado esperar que tuviera una botella de whisky, y Dios sabe que yo necesitaba un trago tanto como el aire que respiraba.

Me hizo caso y oí correr el agua en el baño. Fumé más cigarrillos y estuve pensando en un par de cosas que podían resultar harto interesantes.

Los tres tipos, Mike, Bucky y el sádico Contino habían sido profesionales de la pistola. Pero profesionales de un ramo que no era el nuestro. Gangsters, pistoleros de los que un buen conocedor del ambiente puede alquilar por poco dinero.

Eso se prestaba a algunas consideraciones interesantes, porque demostraba que si quien los había alquilado era El Príncipe, no debía andar muy boyante de contactos para recurrir a ellos. En otros tiempos, hubiera dispuesto de excelentes fanáticos dispuestos a morir no por un puñado de dólares, sino por sus ideales.

Gale apareció una eternidad más tarde. Se tomó tiempo, mucho tiempo para recomponer los desperfectos físicos y morales de la noche.

Su bellísimo rostro estaba aún desencajado, pero se había peinado y vestido con esmero, después de bañarse y supongo que al sentirse limpia, le dio también nuevo aplomo.

—Le dije que se fuera —me espetó de entrada.

—No hagas una escena ahora. ¿Cómo te sientes?

—¿De veras le importa?

Lo pensé un poco. Me sorprendió descubrir que me importaba más de lo eme cabía esperar.

Sólo que no se lo dije.

—Siéntate —repliqué—. ¿No hay modo de conseguir unos tragos aquí?

—¿A estas horas?

—Ya veo…

—Deme un cigarrillo.

Se lo encendí y ella aspiró el humo, llenándose los pulmones.

Se echó atrás en el diván y cerró los ojos. Vi tensarse sus facciones. Debía estar pensando y eso no era bueno en sus condiciones.

No obstante, la dejé en paz y esperé. Ella dijo al fin, sin abrir los ojos, con voz tensa:

—¿Qué es usted exactamente, MacLean?

—Lo viste esta noche, ¿no?

—¿Un asesino?

—En cierto modo.

—¿Qué querían aquellos hombres?

—Si te lo dijera a las primeras de cambio, no habría tenido objeto pasar por lo que hemos pasado. Olvídalo —añadí—. Ellos hacían su trabajo y yo el mío. Fue malo que te hallaras entre los dos campos en el momento menos oportuno, pero tuviste mucha suerte.



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